ANA MENDIETA

Desde los inicios de su actividad artística, el cuerpo tiene una presencia destacada en la obra de Ana Mendieta: constituye su tema y su obsesión. La artista se siente atraída en particular por el cuerpo de la mujer, que para ella es el sujeto pasivo de la violencia, el erotismo y la muerte, y a la vez es el instrumento y el material para la producción de arte. De acuerdo con esta premisa, su propio cuerpo se convierte en eje de sus performances, acciones que parten de la misma idea del cuerpo femenino como víctima del crimen y la violación, pero también como lugar sagrado. En este sentido, las performances de Ana Mendieta son auténticos rituales de purificación, donde la sangre, con sus connotaciones mágicas y sus claras alusiones al sacrificio, asume un protagonismo inquietante.

Las performances de Mendieta derivan hacia una serie de obras que tituló Siluetas. En estas nuevas manifestaciones, la artista traslada su ámbito de trabajo a la naturaleza, eliminándose ella misma como objeto material de su arte. A partir de ese momento ya no le interesa tanto su propio cuerpo como la huella que deja ese cuerpo. Inicia así un período de intensa relación con los cuatro elementos básicos de la existencia orgánica: la tierra, el fuego, el aire y el agua. Mediante las Siluetas, la artista juega con la dialéctica presencia-ausencia. La pisada, los contornos de un cuerpo realizados con ceniza, velas, flores, nieve o tierra aluden constantemente a las relaciones entre la muerte y la resurrección. Se trata de un retorno de la artista a la tierra, de metáforas que explican el regreso al útero (la madre que se quedó en Cuba), de un enterrarse en la tumba (muerte), de la regeneración de la vida (la silueta del cuerpo dibujada con flores), y en definitiva, de la libertad.

 

 

 

 

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